Quizá no todas, algunas son como almohadas que dan sentido a la vida, y las otras, son como dagas que abren más las heridas.
No fui nunca caballero andante, pero puedo jurar y prometer, sin temor a equivocarme, que siempre lo intenté.
Recorrí amores imposibles, caminé por todos lo caminos que me encontré y otros que inventé.
Atravesé heridos y muertes, en una fuente de dolor intensa, inmensa y constante. Herí también sin querer y no olvido.
Acaricié las pieles más suaves y sentí las brisas más hermosas convertidas en emociones, convertidas en ríos...
Y vi caer la noche desgarrando todo lo que quise.
Y vi mi cara en un espejo durante años calculando cada mueca, cada sonrisa, cada esperanza, cada grieta o arruga.
Pero no sé que me ocurrió al nacer, que en todo lo que en mis sentidos percibo me llevó al amor. Ese que todo lo cura y hasta entiende el odio y la mayoría de maldades humanas.
No les hablo de Dulcinea, si no de esas personas que danzan en tu interior y te mantienen erguido pese a todo y desde siempre.